La mitad de clubes no ha reabierto ante la escasez de clientes provocada por el Covid y quienes la ejercen se ven obligados a pedir alimentos
JUDITH ROMERO Jueves, 25 marzo 2021, 08:55 3
El coronavirus ha golpeado con fuerza a sectores como el turismo o la hostelería, pero también a las personas que hasta ahora sobrevivían dedicándose a la prostitución. El temor a posibles contagios y el toque de queda instaurado a las 22.00 de la noche dificulta estas prácticas y la actividad ha caído a mínimos en Álava.
Aunque está permitido hacerlo, la mitad de los prostíbulos no ha subido la persiana ante la ausencia de clientes. Y mientras asociaciones como Sidálava, que ayudan a la inserción de estas personas a través de su programa Nahikari, ayudan cada vez a más mujeres que atraviesan serias dificultades económicas, la lacra de la trata tampoco desaparece del territorio. El pasado verano la Policía Nacional detuvo en Vitoria a un hombre y una mujer acusados de explotar a nigerianas en distintas ciudades del país y en otoño otro hombre fue arrestado por obligar a prostituirse a su pareja.
«El 2020 fue difícil para estas personas y tuvimos un incremento notable en las atenciones hacia ellas», explica Claudia Martínez, trabajadora social de Sidálava. Uno de los mayores cambios fue la necesidad a acceder a alimentos, que se disparó con la llegada del confinamiento y la pandemia. «Pasamos de atender a 30 personas periódicamente a facilitar comida hasta a 130», destaca esta profesional que ofrece asistencia a más de 300 personas que ejercen la prostitución en Álava. Otras recibieron una ayuda puntual de 300 euros en el marco del fondo Azken Sarea Indartzen del Gobierno vasco, destinado a quienes atraviesan dificultades económicas pero no tienen acceso a la RGI. Cáritas y la Iglesia alavesa también alertan de una subida en la atención prestada a mujeres vinculadas a la prostitución. En algunos casos, Cáritas apoyó económicamente a quienes carecían de padrón y no tenían recursos para subsistir. Berakah, por su parte, acoge y forma a una docena de mujeres rescatadas de la trata en pisos tutelados.
Alrededor de 300 personas ejercen la prostitución en Álava, una cifra que se mantiene estable pese a que este año varias han cambiado de actividad o incluso la compaginan con trabajos de cuidados.
La mayoría, el 99%, proviene del extranjero, siendo el grupo principal el correspondiente a países latinoamericano
Las mujeres biológicas suponen el 71%de las personas atendidas por Sidálava en 2020. Les siguen las mujeres transexuales, un 21%, y 7 hombres que también ejercen.
«La situación para ellas es precaria. Sin padrón no existen en la ciudad, son prácticamente invisibles, y no quieren alquilarles pisos o habitaciones al no poder presentar ingresos y contratos», advierte Martínez. Un 36,5% de estas personas se encuentra en situación irregular. El 38% reside en el lugar en el que ejerce y forma parte del denominado sistema de plazas, pero otras se ven obligadas a quedarse en casa de alguna compañera o a sobrevivir en furgonetas.
«Apenas están abiertos tres de los ocho prostíbulos del territorio porque ya no resultan rentables. Casi no hay movimiento y funcionan como bares», apunta Martínez. Aunque entidades como Sidálava conocen los pisos en los que se ejerce la prostitución, la pandemia ha terminado de trasladar esta actividad de las calles a la intimidad de los inmuebles, lo que complica su tarea de localizar y acompañar a estas personas o colaborar con la Policía ante posibles casos de trata.
Geles y mascarillas
En 2020 la asociación sumó el reparto de kits antiCovid a la distribución de material preventivo contra enfermedades sexuales que desarrolla tradicionalmente. Las mascarillas se han unido a productos que ya venían utilizando como el gel hidroalcohólico. «Ellas son las más interesadas en protegerse ante posibles contagios y son responsables de su autocuidado, pero siempre son un blanco fácil de sospecha», lamenta Martínez, quien recuerda que un 57% de estas personas tiene hijos y cargas económicas. La mayoría son además de origen extranjero y envían parte de sus ingresos a sus países de origen, principalmente Colombia y Brasil, para sostener a sus familias.
Esta emergencia sanitaria remite a las medidas de seguridad adicionales que se instauraron en los prostíbulos durante los peores años del VIH. «Estas mujeres se están organizando para protegerse como pueden y han adquirido termómetros para protegerse en los pisos», apunta Martínez.¿Llegarán a instaurarse pruebas de antígenos o PCR en los espacios dedicados a la prostitución? «Antiguamente ellas se veían obligadas a pagar las pruebas del VIH para dedicarse a lo que muchas consideran como un trabajo y el coste de los test podría volver a recaer sobre ellas», apunta la trabajadora social.
«2020 nos ha demostrado que esta forma de vida no es una opción»
C., vitoriana de 43 años, ejerce la prostitución desde hace doce. El coronavirus, que frenó en seco su actividad durante los meses de confinamiento y la ha reducido a su mínima expresión, ha supuesto un mazazo a su maltrecha economía doméstica. «Ya vivíamos al límite, pero perdí el piso en el que estaba y he dependido de los bancos de alimentos para sobrevivir», explica esta mujer que mantiene a su madre y a su hija con lo que ingresa.
Una amiga ha acogido a C., quien ha recuperado su derecho a laRGIy también se ha acercado a entidades como Cáritas en busca de ayuda. «Lo siento mucho por las compañeras que no entienden el idioma, porque tienen menos todavía menos opciones», se solidariza. En el último año sólo ejerció durante los meses de verano, cuando el toque de queda al que estaba sometido la hostelería no era tan estricto. La obligación de estar en casa a las 22.00 complica que los clientes acudan a los clubes. «Los más mayores han dejado de ir por temor a un contagio y el horario es imposible. En la ciudad nadie se acerca durante la tarde por temor a que lo vean entrar», subraya C., quien asegura que la pandemia le ha hecho repensar su futuro. «2020 nos ha demostrado que esta forma de vida no es una opción. Ya me estaba planteando dejarlo y es lo que quiero hacer, sacarme la ESO y buscar una alternativa», afirma esta madre que recuerda a quienes peor lo pasan en el Día Europeo contra la Trata de Seres Humanos.
«La pandemia ha empeorado las condiciones para muchas personas. Hay menos trabajo y se aprovechan de la necesidad. Mis conocidas me dicen que se ven obligadas a realizar prácticas que no aceptarían en otras circunstancias o a irse a casas de gente extraña», advierte C., quien también asiste al debate político entorno a la ley para abolir la prostitución que prepara el Gobierno de Pedro Sánchez. «Las personas que quieran dejar la prostitución deben tener opciones reales para hacerlo. Una cobertura legal y social, algún tipo de ayuda, acceso a la vivienda. Quienes sobrevivimos en la economía sumergida estamos sin opciones», sentencia.